MIGUEL ÁNGEL MEZA

Ciudad de México, 1957. Poeta, narrador, crítico y editor. Desde 1986 radica en Cancún. Fue director de la Casa del Escritor de Cancún (1997-2004) y de la revista literaria TROPO a la uña (primera época, 1998-2007). Es autor de los poemarios Destellos de mareas (Praxis, 2004) y El rostro que habitamos (2015) y del libro de cuentos Cada quien su paraíso (Letramar-CCL, 2014). Actualmente, coordina varios talleres de lectura y edita la revista literaria TROPO (segunda época). Obtuvo en 2019 el Premio Internacional de Poesía Caribe-Isla Mujeres.

PUENTES


No preciso egregias señales
que abran huecos en el aire
ni que alas de murciélagos relampagueen
en la lluvia que conjetura su desplome.
El lodo enerva su sonrisa ocre
en aceras que recrean soledades
y los arbotantes sin luz simulan
seguir siendo árboles o muecas.
No inventemos medusas
nadando en la mirada
ni peces ángeles girando
en el tiempo del deseo.
Solo habrá limadura de silencio
aire granuloso reciclado
en la cuerda de un violín
que a veces llamamos corazón.
Bastará la llovizna y su tatuaje
cuya tinta dispone la tarde
sin elegías que recorten tu silueta
ni máscaras que nos vociferen.
Si acaso los atajos se cruzasen
será por el puente y sus enigmas
que reverberan raíces ya escritas
en linfa de añejas oquedades.

LA COPA

Si sostuvieras esta vida
su laberinto que anhela
efluvios en otras lides
si quemaras ese pozo
que destella sus lisonjas
y osaras sancionar
su señuelo o su demora
si tan solo bajaras
a beber esa pócima
luz embriagada de sombra
loto de púberes reliquias
hallarías quizá tu reflejo
una fisura de tu eternidad
dádiva del azar
que abrasa tu victoria:
el tiempo vivo de tu muerte.

ORFEBRES

En la penumbra un guiño de ámbar:
labios de azogue y abalorio carmesí.

Un filo de plata brilla en tu sexo.
Pulimos ese destello toda la noche.

Ahora, sólo rastros de humo blanco:

huele a jazmín macerado
y a cincelada humedad.

LA LOCURA CONVALECE

Con qué míseras batallas
arribamos a esta quemadura
que iza cándidos fanales.
Con qué invicta tentación
alucinan nuestras venas
que pulían sus blindajes.
Si tu piel era el arpa
donde moría mi deshielo
por qué la duda del acorde.
Quizá tu sombra infiltró
un polvorín en los puertos:
antípoda que temí cruzar.
Horizonte-paradoja
heroísmo de incendios
en cortejo de soberbias.
Quizá debamos fallecer
aunque despunte la sangre
como delirio o novedad.
Aunque codicias acuñen
argucias de embriaguez
o abran brujos enigmas.