Hacia una estética de lo que queda – Fer de la Cruz. Prologo del libro Paraíso artificial.

Para definir a Cancún, es de esperarse que la visión del poeta contraste con la del publicista, el empresario hotelero, el funcionario y el turista cazador de selfies posteadas con hashtag; en especial la visión del poeta que nació y creció en este laberinto de pretensión paradisiaca. Jorge Yam es ese poeta interesado en la exploración poética de sí mismo y de su entorno, en su caso, de la condición humana inmersa en un infierno/paraíso tropical de primer orden, con toda la disparidad que esto implica. Para esto enfoca su mirada, digamos, en el reverso de la tarjeta postal, en lo que en verdad sucede en una súper manzana cancunense, quizá comparable con los sucesos en la Gran Manzana neoyorquina de película setentera, pero sin Charles Bronson ni Spiderman ni ningún otro mesías que defienda a la gente común, que, en sendos poemas, incluye al franelero, al limpia parabrisas, al mendigo, al acróbata de semáforo y los vendedores ambulantes.

El vengador anónimo de aquí es macabro —como buen monstruo de este laberinto—, de carne y hueso, no de celuloide, sus balas no son salvas y su venganza es contra la noción misma de paraíso, una venganza esbirra y gangsteril en su ejercicio del derecho de piso, las luchas territoriales y el tráfico de todo lo que tenga un mercado en dólares o en euros. En Cancún como en Nueva York, Las Vegas o cualquier polo turístico, como bien reza el refrán, no es personal, solo negocio. Así las cosas, mientras las sombrillas de papel adornan las margaritas frappé servidas en la alberca, cada bala es un lápiz pulsado por la muerte, cuyos trazos dibujan ese paraje laberíntico de selva y mangle transformado en concreto, cláxones y vidrios tornasol. El resultado, un todo —pero todoincluido entre resplandores, sombras y vestigios bajo un sol implacable y una luna complaciente: en términos crudos, todo lo susceptible de ser poetizado en el teclado certero de Jorge Yam.

¿Qué quedará en Cancún una vez pasada la hojarasca garciamarqueana, el boom turístico, el huracán renovador de “soplo abrasado” que anuncia el poema de José María Heredia? ¿Qué quedará cuando los sombríos senadores tejanos dejen de refugiarse en fastuosos santuarios herederos de las plantaciones del Caribe decimonónico, cuando las marejadas de springbreakers encuentren otra Pleasure Island donde jugar a las marionetas que rebuznan, cuando se le evaporen los alcoholes a ese ron añejado en barricas de roble blanco…? Eso no lo vaticina ningún folleto ni ninguna ventana emergente publicitaria. Hoy por hoy, en tanto las y los turistas vuelven a sus estados y países esgrimiendo sonrisas para ocultar pecadillos de juventud o de cualquier edad, lo que sucede en Cancún se queda en Cancún y es custodiado por cuatro apocalípticos jinetes que, en este libro, son miseria, balazos, enajenación y esclavitud sexual (tan solo parte de lo que se queda, alimentado por los dólares y euros producto de esos pecadillos). Y más, en esta mirada poética, dichos cuatro jinetes se multiplican quizá hasta cuatrocientos, entre ellos “asfixiante desempleo”, “hambre de la infancia”, “tristeza de los que inundan el Crucero” (se va el turista y deja su tristeza), “las cantinas / los cementerios”, “esqueletos [que] se atoran / en tierras de fosas clandestinas” y acaso, de pilón, el tufo en el aliento de ese “shot de cortesía”.

Más que definitoria, la poética de Jorge Yam se asoma en recovecos de una ciudad en donde “se ofertan la niñez / las osamentas / las ilusiones […] una ciudad toda mar / todo canto de sirenas […] que nos devora, nos escupe”, en parte para entender precisamente eso que se queda en Cancún, en parte para mostrarlo en una estética más allá de los placeres y resacas diurnos y nocturnos, compraventa de caricias y dinero siempre sucio. Así, la poesía de Jorge Yam en Paraíso artificial es un aporte importante a la comprensión, a través del arte, de esta ciudad infierno/paraíso y a su entorno más amplio e igualmente contrastante, llámese México, Cuenca del Caribe, Latinoamérica… Y si insistimos en definirnos como especie a partir de estos poemas, será interesante la respuesta —quizá monstruosa— que las y los lectores encontraremos precisamente en eso que se queda para la conciencia del presente y para la arqueología futura.

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