El tío Justo es más que un peluquero. Cuando los niños hacen berrinche porque no quieren cortarse el pelo, el tío tiene una gran estrategia, pues, cuenta historias divertidas, llenas de misterio y sabiduría al mismo tiempo que las tijeras dicen: tris tras tris tras. Los niños al oír esas historias se olvidan de la peluqueada y hasta de los piojos que se resisten a abandonar el cuero cabelludo. Los niños, entre ellos Pepín, regresan con el tío Justo, no quieren desaprovechar la imaginación del gran tejedor de historias, único, en el pueblo de Calkiní. Escucha una de sus historias:
El conejo que quedó atrapado en la luna
— Tío Justo, ya estoy aquí. Espero que no se moleste.
— No, Pepín. Claro que no — dijo amablemente el anciano peluquero —. Puedes venir todos los días. Ah, por cierto, tengo una historia que te gustará mucho. ¿Quieres oírla mientras viene algún cliente?
— ¡Sí, tío Justo! — exclamó contento Pepín.
— Entonces, pon atención para que escuches cómo parece al fin que el tío Conejo será cazado por el tío Zorro. Este veía cerca el instante de vengarse, por las tanta veces que el primero lo había maltratado a partir de engaños. En eso estaban los dos: el tío Conejo huía, mientras que el tío Zorro apuraba sus pasos, casi pisándole los talones.
—¡Ajajajajajjajajaajjj! — asesaba el tío Conejo —. Ya mero me alcanza ese canijo Zorro. Tendré que apurarme o si no, lo más seguro es que acabaré en su panza.
Mientras tanto, don Zorro gritaba para meterle miedo:
—¡Ahora sí! ¡No escaparasss! ¡Unos minutos y te alcanzaré!
Y en verdad que don Conejo estaba en apuros. Su carrera se hacía cada vez más lenta. Sentía que su corazón iba a estallar como un triquitraque o una bomba de volador. Las cosas se complicaron cuando de pronto se topó con la laguna. La otra orilla e encontraba lejos. Para entonces, tío Zorro estaba a poca distancia para atraparlo.
—¿Qué haré? — se decía —. Si nado, lo más seguro es que me alcanzará pues él nada mejor que yo. ¿Qué haré, qué haré? Esto pensaba en voz baja cuando para suerte del conejo, las nubes dejaron de tapar a la luna, pues ya era de noche, y ésta se reflejó en las cristalinas aguas.
En este momento se le ocurrió una idea:
—¡Eso haré! El reflejo de la luna en el agua, es tan blanco como mi color. Me meteré con cuidado en él y el tío Zorro no descubrirá mi truco al llegar aquí. Y a la voz de ya, don Conejo nadó suavemente y se introdujo en la enorme luna que se reflejaba en el agua. Aguantó la respiración y espero la llegada del tío Zorro. Al acercarse éste ala orilla de la laguna, efectivamente, no distinguió que ahí estaba su presa.
—¡Canijo tío Conejo! — exclamó don Zorro —. Otra vez se me ha perdido. ¿Por dónde estará? Caramba, casi lo atrapaba. No creo que se haya metido al agua para pasar a la otra orilla, no lo hizo porque sabe que nado más rápido. Ni modo; seguiré buscando. Debe estar cerca pues estaba cansado. Estoy seguro de que ahora caerá en mis manos y pagará todo lo que me ha hecho.
Mientras tanto, el tío Conejo aguantaba la respiración y la risa por haber engañado de nuevo al tío Zorro, quien, molesto, continuó su carrea hacia otra dirección. Ya salvo, el tío Conejo queso salir, pero no pudo. De manera sorpresiva quedó atrapado dentro de la Luna reflejada en el agua. Dicen que a ésta le gustó tanto el blanco y suave pelo del tío Conejo, que deseó no liberarlo. Y en ese momento que don Conejo forcejeaba por salir del agua y del reflejo de la Luna, una nube la tapó, borrando su imagen junto con todo y animalito. Es por eso que en cualquier noche en que brilla la Luna, en ella vemos a aquel Conejo que el tío Zorro quería atrapar.
— Bien, Pepín. Espero que te haya gustado esta historia. Ahora discúlpame, que ya están aquí don Toño y don Lucas. Tengo que peluquearlos y rasurarles la barba. Antes de retirarse, el niño preguntó una duda que tenía:
— Oiga, tío Justo. ¿Y don Zorro aún sigue buscando a don Conejo? — Así es, amiguito. Y hasta hoy no lo encuentra, porque no se le ha ocurrido mirar hacia arriba y ver la nueva casa del tío Conejo vive.
Y mientras el bonachón peluquero iniciaba un día más de su trabajo, Pepín regresaba contento a su casa, diciéndose que nadie como el tío Justo para eso de contar cuentos.
Miguel Ángel Suárez Caamal nació en Calkiní, el 2 de junio de 1953. Estudió la carrera docente en la Escuela Normal de Profesores de su pueblo de origen. Radica en Dziuché, Quintana Roo, donde labora como maestro de Español en una escuela secundaria. Su afición por la literatura, en especial la narrativa, lo encauzan por sendas imaginativas, en las que los personajes principales son individuos propios de la región nativa. Sus relatos, escribe Carlos Vadillo, «están ambientados en comunidades mayas, por lo que el registro del habla que realiza el autor es importante para configurar al libro dentro de una unidad ambiental. El volumen -La noche de los osos y otros relatos (1988)– está construido bajo la visión del realismo, con algunos elementos costumbristas.»
Suárez Caamal ha sabido manejar el género cuentístico aprovechando todas las posibilidades; además expone la vida social de sus personajes y enfoca con sobriedad las costumbres de su tierra natal. La aparente monotonía de sus relatos tienen una razón: reflejar a través de la escritura el pueblo y su trivialidad. («El hacedor de lluvias», «El pueblo invisible» y «Rácata» son ejemplo de esto).
Una de las razones por la que Miguel escribe cuento es debido a que en su infancia recibió cierta influencia de los cuenteros de Calkiní, principalmente de un peluquero, Don Justo Estrada Cuevas, quien sin proponérselo le transmitió la técnica y el don del relato. Es decir, se nutrió de la tradición oral, allá por los años sesenta. Fue coordinador del Taller de Narrativa en la Casa de Cultura de Calkiní, de 1990 a 1994. También ha dirigido talleres del mismo tipo en Dziuché, donde incluso ha editado trípticos de niños y jóvenes. Miguel ha creado las novelas La rebelión de los Cruzoob y Jacinto Tun. Su libro El tío Justo fue publicado en la Col. Castillo de la Lectura, por Ediciones Castillo, de Monterrey, Nuevo León. Prepara su próximo libro de cuentos «Albertico y las muerte»