Raciel Manríquez estudió Relaciones Internacionales en la Universidad de Quintana Roo y la Maestría en Periodismo Político en la Escuela de Periodismo “Carlos Septién García”; fue becario del CONACULTA y el Instituto Quintanarroense de Cultura, en la disciplina de letras. Colabora en la publicación y edición de la plaqueta de poesía y narrativa: CARTAPACIO, del taller literario de la UQROO. Ha publicado el poemario el Rugir de olarasca, libro que fue presentado en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, en la ciudad de México. Asimismo, escribió la colección de cuentos para niños editado por la Comisión de Derechos Humanos; el poemario Luna en voz alta; y Casasombra, obra ganadora de la primera mención del Premio Internacional Caribe – Isla Mujeres de Poesía 2015.
Vestida de luto, en la circunstancia que abriga al mismo cielo, en la exclamación del verbo que rompe, llora, cansa y se pierde en el vacío; en la dualidad que desafía el filo del asesino…, te deseo. Tu dolor encuentra de nuevo la raíz, la oquedad en la conformación de la luna, el mar que revienta en su brillo, el término de la sangre en el reflejo de lo que no soy. El mundo nace con el sonido de la hierba, la lluvia es el instrumento.
Respiro en la caricia de tus piernas. Tu cabello es el aire donde escribo la imagen. Oscura delicia inunda mi boca, su sabor es la noche de tu espalda. Te pierdes en los adentros de mi lengua (la paso lento y repito, lento y firme en el tacto de tu parte noble). La ausencia del tiempo, la música eterna, liberas el mar por toda la cama. El verso avanza para ser cuerpo, el aliento musita un nombre, lejos, en el estertor que atraviesa tu vientre para consumirse en la garganta, casi principio, casi muerte. No existe el destino, la culpa nos encuentra desnudos, solitarios, en la mirada ausente de un martes lleno de frío.
Sucede tu cuerpo, silencio, evoca la luz contenida de una vela. La cera se desliza por la blanca llama, casi azul, la caricia. La bestia atraviesa mis ojos, y presiono con fuerza cada seno para ser la otra parte de tu aliento. Es otro el fuego, es la pronunciación del deseo, recorre tus venas para refugio de tu vientre (vida en la ola) mi saliva en tu sexo, perdida en cada trazo onírico. Eres lumbre entre sábanas. Una manzana se consume en tu piel, en el sabor de mis rojas manos. Eres lo dulce y lo salado, el sudor y la muerte, el humo en el centro de una vela que observa dos cuerpos consumirse.
La luz se ha ido filtrando en la casa, de la misma forma en que el café entra en mi cuerpo: Por el dolor de mis ojos, sintiendo el primer respiro de vida: su perfume y su café. El sabor va iluminando mi garganta hasta llegar a mi cuerpo. Mis ojos son llevados a mirarme en el regocijo de su sabor amargo. Me veo en varios pensamientos, el principal siempre es ella y su cabello revuelto: siento su sonrisa, su cuerpo desnudo. El café no es milagroso, pero quisiera. Lo bebo y entiendo que no puede curar el pasado, ni aquel recuerdo. Comprendo que su color oscuro no puede contra lo que me espera, como la pobreza del alma, los feminicidios y toda esa mierda que genera dinero a empresarios de la prensa. Pero este buen café, que mata mi fastidio, me anima a ver el cielo menos gris. Despierto de la pesadilla y entro en otra, pero con la forma de un delicioso café.
Mi padre muere del corazón, no es de ahora, se fue desgastando con las noches largas, en el pasado de una melancolía, que yo fui entendiendo con los años. El corazón está hecho de nervio y sangre, el de mi padre se hizo de roca como luna, nombrada con el signo de la sombra. Agobiado entre las palabras tiran el espejo, el aire de lo nuestro. El corazón no se ablanda, el hombre envejece, pierde algo y del pecho nace lo que olvida. Es mejor cuando uno ama porque la muerte es dulce. Llega de la tierra y extiende su mano, sus dedos largos y puntiagudos, en la dulzura de un pecho blando, amoroso. Hoy arrastro mis pasos por el camino de los que deben sufrir en vida.
Amigo: lloré por ti. No fue nada de esa mierda sentimental, ni nostalgia constreñida de falsa añoranza. Lloré en un intento humano de entender ese sufrir tuyo. Con la garganta amarga y la mirada puesta en el gran árbol de la casa. La mañana era clara, bebía café, lo fui saboreando lento, de fondo escuchaba Wish you were here, y así se fue el recuerdo para traer la historia. La primera lágrima fue de impotencia, luego vino toda esa aproximación al dolor, ese puto dolor que el azar nos regala: broma agria de la cual somos culpables. Te miré dentro de la gran ciudad, en tu andar diurno, matando de a poco los sueños, consumido, hasta ser parte de su gris andar. La urbe de sueño metódico, acompañando la sombra gris de los transeúntes. Quise llorar en tu hombro, decirte que la vida nos mata a todos de manera distinta. Lamentarse no ayuda, prefiero sacar cada lágrima, siempre es mejor el llanto acompañado. Lloré como lo hacen los que quieren, para estar contigo un rato, en el sonido de la guitarra que desgarra y toca por dentro cada hueso, nos consume, nos mata y le llamamos vida.