Es difícil golpear en los sueños: Jorge Orlando Correa.

Es difícil golpear en los sueños

 

Uno

 

Intenté gritar para que papá o mamá vinieran a despertarme, pero no podía ni abrir la boca. En mi mente comencé con un padre nuestro que estás en los cielos, pero por cada palabra de la oración las cosas se ponían más feas. Era una de esas veces en las que una como nube negra se posa encima de mí y me estruja el estómago. Llegó el momento en el que no pude más y tuve que usar todas mis fuerzas para desprenderme de la cama y despertar; no con un grito, bueno, con uno ahogado que se parece más al rápido chillido de un perro que recibe una pedrada que un grito grito.

Me dio miedo volver a cerrar los ojos, pero cuando lo hice ya no pasó nada.

Papá me venía diciendo lo de siempre: que respete para que me respeten, que ponga atención a la maestra, que no ande metiéndome en problemas. Con una mano sostenía el volante y con la otra realizaba movimientos, como si estuviera intentando matar un mosco, mientras hablaba.  Yo iba callado. Lo escuchaba y miraba el montonal de coches. En algún momento, papá bajó el vidrio de su ventana y se comenzó a decir de groserías con otro taxista.

—Vas y chingas a toda tu puta madre, gritó mi padre.

—Aprende a manejar viejo estúpido.

Mientras los escuchaba, bajé la mirada hacia mis manos y vi algo que no debería de estar ahí: una bolita dura y rugosa apareció sobre uno de mis puños. Mamá dice que se llaman verrugas. Volteé hacia papá, pero ya no le dije nada de la bolita. Parecía seguir molesto. Lo supe por como juntaba las cejas y porque su pecho se inflaba y se desinflaba. Sé muy bien que cuando se pone así no es bueno hablarle.

Copiaba en mi cuaderno las sumas y restas anotadas en la pizarra pero mi mano dejó de apuntar números. Me había quedado viendo la bolita rugosa de mi mano. Tienes una verruga, me dijo uno de mis compañeros.  La maestra pasaba a revisar fila por fila cómo íbamos con las cuentas. La escuché felicitar y corregir a algunos otros del salón. No me fijé en quémomento ya estaba cerca de mí. Cuando me di cuenta, ya me decía que cómo es que ni siquiera había acabado de copiar, que algunos compañeros ya hasta habían terminado y que si sonaba el timbre y no le mostraba que ya hice algo, no saldría al recreo. Las sumas no me daban y tampoco las restas. Los cuadernos de casi todos estaban ya hechos pila en el escritorio. Lo que hice para no quedarme sin recreo fue poner números al azar intentando atinarle a las respuestas.

Sonó el timbre.

Estaba en una banca comiendo mi torta cuando vi a Ana comiendo la suya en otra banca con otras niñas. Ana es bonita. Me gustan sus ojos negros grandotes y su pelo rizado amarillo. Pero creo que a Ana le gusta Francisco. Francisco siempre me molesta. Sabe jugar bien futbol y todos siempre quieren ser sus amigos. Hay quien dice que Francisco hasta ha entrado varias veces al baño de niñas para besarse con unas.Yo nunca he besado. Tampoco juego nunca al futbol. A mí lo que me gusta es dibujar y colorear mis dibujos. El otro día dibujé a Ana. Ese dibujo lo tengo en la parte de atrás de mi libreta de español. Un día quiero dárselo, pero no sé cuándo.

Le di una mordida a la torta y quise tomar de mi jugo de fresa cuando un pelotazo me estrelló la caja en el pecho. Se reían. Eran Francisco y otros niños y niñas. La torta terminó en el piso. Me dieron ganas de llorar, pero no lloré. No quería que Ana me viera llorando. De pronto la maestra apareció preguntando qué pasó, pero nadie dijo nada. Dejaron de reír y pusieron sus manos en la espalda. Que pasó, me preguntó a mí la maestra, pero no contesté. Tenía la vista puesta en mi torta y veía el queso y el jamón que se había regado en el suelo.

Como nadie dijo nada, la maestra terminó por llevarse la pelota y dijo que ya no habría más pelota hasta alguien diga algo.

Papá me venía regañando todo el camino de regreso. Decía que no sé cuidar la ropa, que esas manchas no se quitan y que mamá se iba molestar cuando me viera así. Y cuando llegamos a la casa eso pasó, mamá me decía que se la pasaba todo el día lavando ajeno como para que yo hiciera esas cosas, que estaba cansada y que no pienso en ella. Decía todo eso mientras servía la comida. En la tele daban las noticias. Un hombre había matado a otro. Que hay que cómo pasan cosas y cómo hay gente así dijo mi mamá. Le pedí más refresco, pero me dijo que no, que me iba llenar con puro refresco.

Cuando terminamos de comer papá volvió a irse en el taxi y le dijo a mamá que revisara en mis libretas qué tarea me habían dejado.

Esa noche volvió a pasar. La nube negra estaba sobre mí estrujándome el estómago. Quise con todas mis fuerzas gritar y levantar los brazos para irme, pero no me daban las fuerzas. Mi cuerpo estaba rígido. Esa vez intenté con el ángel de la guarda de mi dulce compañía, pero cuando iba decir lo del no me abandones, la presión se hizo más fuerte y más fuerte y más fuerte hasta que llegó al punto que desperté; esta vez, sí con un grito. Creo que grité fuerte porque mamá llegó hasta mi cuarto y le dije que había tenido pesadillas. Ella me contestó que seguro mi conciencia no sé qué y que es lo que me gano por portarme mal. Me dijo también que rece un padre nuestro para que deje de estar pensando cosas. Al final, me dio un beso en la frente y se fue.

La maestra me regañó porque me salieron mal todas las cuentas. Me decía que no es posible, que ya lo vimos varias veces, que debería prestar atención en vez de distraerme dibujando, y que a la salida iba hablar con mi papá. A mí me daba pena que me dijera todas esas cosas, no porque me salieran mal las cuentas; me daba pena porque Ana estaba escuchando.

Otra vez papá me regañaba en su taxi, ahora por lo que le dijo la maestra. Tenía sus cejas arrugadas y venía diciendo que él y mamá no trabajaban para que yo ande de burro y de flojo, y que las libretas les cuestan como para que las ande mal gastando con dibujos. Yo solo escuchaba y miraba hacia mis manos. Vi que otra verruga similar me había salido a un lado de la primera; con un dedo de la otra mano me las acaricié: se sentían rasposas las dos.

Así que ya escuchaste, fue casi lo último que me dijo mi papá cuando llegamos a la casa. Y dile a tu mamá que hoy voy a llegar hasta la cena, dijo antes de que me bajara del coche y cerrara la puerta.

Yo ya estaba acostado y mamá seguía en la cocina. Con un dedo golpeaba la mesa y con la otra mano se sostenía la cara. Esperaba a papá. La observaba desde lo apenas abierto que había quedado la puerta de mi cuarto.

En algún momento escuché el motor del taxi de papá. Papá entró a la casa y mamá le preguntaba que porqué había tardado tanto, pero no contestaba y mamá seguía preguntando. Papá gritó que se callara y se fue a encerrar al cuarto. Mamá vio que yo estaba viendo y se acercó para cerrar completamente la puerta. Me quedé a obscuras.

Al día siguiente en la escuela pasó algo que pasaba siempre que cambiábamos de salón. Ana cumplía años. La maestra dejó de dar la clase y los papás de Ana llegaron con un pastel y bolsas con dulces. Cuando le estaban cantando las mañanitas a Ana pensé que tal vez era un buen momento para regalarle el dibujo que hice de ella.

Hagan un círculo todos agarrándose las manos, un niño y una niña, dijeron los papás de Ana. Y me tocó alado de Ana. Pero lo malo es que me tocó en el lado donde mi mano tenía las bolitas rasposas. Ándale, me dijo el papá de Ana, o quieres que te ponga en un lugar que ocupa una niña. Me llevé las manos al pecho y salí corriendo del salón; no quería que Ana notara que tengo verrugas.

Desde afuera, asomado en la ventana del salón, vi que donde debería ir yo estaba Francisco agarrando la mano de Ana. Empezaron a girar como una rueda de la fortuna.

Dos

Ya no me acordaba del padre nuestro. Lo intentaba rezar, pero no podía ni terminarlo. Después de que estás en los cielos santificado era cuando me trababa. Me dormí con miedo; pensaba que porque no pude rezar el padre nuestro otra vez la nube negra se iba poner encima de mí.

El sueño de esa noche comenzó con Francisco. Me acuerdo que estaba dándole un beso a Ana y luego se reía de mí. También Ana se reía de mí. Igual me encontraba paralizado; intentaba dar un paso pero mis pies estaban pegados al suelo. De pronto, ya era solo Francisco el que estaba conmigo dentro del salón de clases. Es difícil golpear en los sueños. Intentaba golpearlo porque lo vi rompiendo mis dibujos y mis colores. Pero mis brazos me pesaban tanto que ni moverlos pude. Luego todo volvió a cambiar. Esta vez yo ya no me veía. Era Francisco y Ana tomados de la mano y entraban al baño de niñas. Apenas entraron todo se puso blanco. Después me pareció haber despertado, pero supe que no cuando comencé a sentir la presión en el estómago y la nube negra se puso encima de mí. Padre nuestro que estas en los…ángel de la guarda que estas en los cielos, padre de mi dulce compañía…

Desperté gritando tan fuerte que ahora papá y mamá vinieron a mi cuarto. Les costó trabajo hacer que deje de llorar para que vuelva a dormir. Mamá me daba un vaso de agua y papá le preguntaba que si cené tarde.

Tres

Era el recreo pero yo estaba en una banca acostado bocabajo dibujando. Dibujaba un árbol con muchas ramas que se cruzaban y enrollaban unas con otras. Lo pintaba de distintos colores. Con hojas en forma de estrella y también dibujé un pájaro con el pico largote parado en una de las ramas. Terminaba con el pico del pájaro cuando sentí que me tiraron tierra en los ojos; por suerte no me lastimó la vista. Lo primero que hice fue ponerme de pie y quitarme la tierra de la cara. Apenas pude medio ver, vi a Francisco y a otro niño corriendo.

Tocaron el timbre para regresar al salón.

Comenzó la clase de valores, la maestra anotaba algo en la pizarra. Yo tenía el color rojo empuñado en mi mano. La maestra ahora dijo que saquemos el libro y busquemos una página. Introduje el color al sacapuntas y le di vueltas. Ahora la maestra decía qué ejercicios íbamos a hacer. Me puse de pie y fui hasta donde se sentaba Francisco. Ya me estaba diciendo la maestra que acaba de terminar nuestro recreo como para que quiera ir al baño cuando le clave en la espalda el color rojo a Francisco. Francisco gritó peor que como yo había gritado durante mis pesadillas. Se revolcaba en el piso como una culebra que papá mató una vez a punta de palazos. Los demás del salón se hicieron a un lado con todo y sillas. La maestra me gritaba que qué había hecho. Francisco seguía gritando y llorando y revolcándose en el suelo. Sentí el apretón fuerte de la maestra sobre mi brazo y me llevó hasta la dirección casi jaloneándome y diciéndome que ahora sí me metí en problemas grandes. El maestro del otro salón, apenas salimos, entró para levantar a Francisco. Los niños del grupo al que ese maestro le daba clases veían unos por la ventana Francisco llorar y dar pataletas mientras lo llevaba su maestro con la enfermera.

Cuando el director dijo que me habían expulsado, mi papá me volteó a ver con su mirada y rostro de molesto. En ese momento sentí la misma presión que siento durante los sueños en la boca de mi estómago. Otra vez tenía mi mirada puesta sobre mis verrugas; no quería voltear a ver la cara de papá.

Mis compañeros me miraban como si yo fuera uno de esos que matan, como los salen en la tele durante las noticias. Metí mis colores y mi libro a la mochila; antes de cerrar el cierre, cuando la maestra me gritaba que ya me apurara, dentro, vi mi libreta de español. Busqué la última hoja, donde estaba el dibujo de Ana y la desprendí con cuidado para que la hoja no se rompa. Apúrate niño, me gritaba otra vez la maestra. Mi papá ya estaba parado en la puerta del salón esperándome. Bajé la mirada, apreté la boca y caminé el mismo camino que hice cuando fui a las espaldas de Francisco, pero me detuve a la altura de la silla de Ana y dejé en la paleta el dibujo de ella. Ana me miró con sus ojos negros grandotes y antes de que siguiera con mi camino, la escuché decir gracias, pero antes de yo pudiera contestarle algo, la maestra ya me había tomado del brazo otra vez para sacarme del salón. Quería sonreír, gritar, reír, correr con todas mis fuerzas, soltarme de la maestra para darme la media vuelta y darle un beso a Ana, pero la maestra me tenía bien agarrado. Cuando alcé la mirada, el rostro de mi papá, con sus cejas arrugadas, era lo que veía entre la luz del sol que entraba por la puerta, pero yo solo pensaba en ese gracias y los ojos negros y el pelo rizo de Ana.

 

SEMBLANZA

Jorge Orlando Correa. Nace en 1992. Le gusta leer y escribir. Ha publicado cuentos en medios y plataformas  de corte independiente como en la revista Huraño, Pez Ciego y Materia Escrita, en el extinto blog literario La Rabia del Axolotl y en la Gaceta del pensamiento. Tomó el taller de cuento de Leonardo Garvas.  Su única publicación impresa como autor es un fanzine publicado por Gazapo con el cuento titulado Es difícil golpear en los sueños y es el que ahora les presentamos.

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