Rodolfo Novelo Ovando
Poeta. Estudió la licenciatura en administración en el ITCH y la maestría en educación en la UNID. Becario del PECDA durante 2001-2002 y 2005-2006. Ganador del concurso de publicación de obras del Fondo Editorial del I.Q.C. en 2001 y 2002, del Premio Juan Domingo Argüelles 2007. Mención de Honor en el Concurso de Cuento Corto Juan de la Cabada 2011 y Finalista del XI Concurso Literario Internacional “Ángel Gavinet” 2017, en su edición de poesía, celebrado en Finlandia. Diplomado en Narrativa por el INBA y en Fomento a la Lectura por la UAM. Actualmente es profesor en la Universidad de Quintana Roo.
Libros: Alegoría de un Instante, UAEM/ La Tinta del Alcatraz, Toluca, 2001 || Tras el exilio de mis alas y En alguna parte de esta soledad, Fondo Editorial del I.Q.C. en 2003 y 2005, respectivamente || Callar desde el silencio, Secretaría de Cultura de Quintana Roo/ CONACULTA, 2009|| La Salvedad de los Negados, Gaceta del Pensamiento, 2012|| Olivos para una tarde de luna, UQROO/Porrúa, 2015.
Actualmente radica en Chetumal Quintana Roo.
Ir y venir
Aquí estoy tras mi sombra, buscándome en la noche:
emblema de un discurso que no me pertenece.
El otoño desangra la esquirla de mi luz,
estremeciendo muros que vigilan mis pasos
y en la oscuridad gritan, transforman enemigos,
monumento adiestrado para no liquidarme.
Sobre mi rostro erguido la ciudad se prolonga,
se construye en silencio cada orilla de luna
cuando deambulo seco, sin fragor definido,
oscilando en un ir y venir tan ardiente
que no culmina en hoy, guarnecido en hogueras
de santidad insulsa que obstruye todo asfalto.
La ciudad guarda…
La ciudad guarda
retazos del sonriente ayer
en los bolsillos plenos de los vagabundos,
quienes en las bancas de aquel parque de los olvidos
recuperan la ausencia
celebrando la soledad
con sorbos incipientes a la vida.
Y la lluvia arranca con su sonido
lo aborrecible de los cuerpos
ante el dolor saliente.
La pérdida,
ese equilibrio que deambula
contra la confusión de la mirada
al sentenciar el sin sentido de las horas.
En copa vieja
Entre los restos de comida,
colillas desganadas,
vasos a medio tiritar
y bolsas de sonrisas
anaranjadas y deformes,
hallé la vasta forma
de reciclar tu cuerpo
y tus adentros.
En las cantinas desamantes
los sueños de olvidar
se cumplen.
Tras las fichas bien pagadas
y una plática inconclusa
encontré en los bolsillos
una roída foto
de tu tímida traición.
Nadie bebe del arrebato
ni del olvido permanente
con la misma soledad
de encontrar el hastío
que se desangra en copa vieja.
Terreno baldío
Pudiste ser todo,
pero quedaste ahí;
sucio de olvido,
sin ganas ni cimientos.
Más apegado al sueño
que a la consigna de extenderte.
Es tu vestuario hierba melancólica
que arropa una luz en lo sombrío.
Acoges lluvia,
quimeras y borrachos,
gatos sin dueño,
alguna que otra ave pensativa,
como si el borde de tu cuerpo bastará en solitario.
Consumes la nostalgia con tu rostro primitivo.
Eres sarcasmo de ciudades bien pobladas,
amanecer del ocio en la ansiedad de jóvenes enardecidos.
Desierto equivocado en las entrañas del paisaje
que no detiene a nadie para ser verdad en la miseria.
Matiz bajo la lluvia
Mientras llueve resurge lo más íntimo
temor del payasito
que aguarda con su canto
y su rostro escarlata, biselado.
Relámpagos de risa
que traspasaron los jardines
aumentan la desidia del no ser.
La juventud acuosa
de figuras en su cara
tergiversó la alegría,
sin repetir el brillo de la lluvia.
Piel y máscara:
imágenes heridas,
cómplices de la respiración
en el lenguaje abandonado de sus gestos.
Se rasga la metáfora más leve,
se disgrega el sueño,
su creador padece el agua colorida
que le rodea el ánimo
cuando se escurre por sus pies vencidos.
El esplendor no es su careta
ni el lento maquillaje que le arropa,
sino el reposo de su faz concisa.
Se reconoce iluso ilusionista con el húmedo ropaje
que fulguraba en lo rugoso de la vida.
Su instante es deshojado,
pero lo dibujos navegan otros instintos.
La tempestad es momentánea,
aunque él avanza con la sonrisa a cuestas.