Leticia Flores Delfín

Leticia Flores Delfín originaria del puerto de Veracruz, radica en Cancún desde 1985. Trabajadora Social y vinculada al voluntariado con adultos mayores y personas con discapacidad.

En 2009 escribió su primero historia “Torcasio “ y de ahí surgieron muchas más. Ha publicado cuatro plaquettes bajo el sello de Librélula Editores con títulos como: La palmera Locochona, El lobo filósofo, la araña patona y los pacientes del Dr. Búho en la que abordan historias que mencionan valores como el amor, el respeto, la solidaridad, el trabajo en equipo, etc.

Ella opina que cuando el escritor se descubre, se compromete a aprender más y dar lo mejor, por ello ha tomado cursos de poesía, novela, cuento, formando formadores, teatro clown, técnica vocal etc. y así ofrecer sus lecturas amenas en foros, bibliotecas, escuelas

Más de 7000 niños en escuelas de Veracruz y Quintana Roo han escuchado sus historias y muchas más a través de su participación en la radio en programas como Por amor al arte, Con sabor a México, Nuestra Gente y Desde el café.

En 2017 fue invitada al encuentro Nacional de escritores en Bacalar y desde abril de este año la biblioteca del kínder Rosario Mendoza Blanco en Cancún lleva su nombre.

Actualmente radica en Cancún Quintana Roo.

Correo Electrónico: letifloresdelfin@hotmail.com

El Venti

Tomasita y Moy, los abuelitos de Tita, escuchaban en la radio que era el día más caluroso de los últimos diez años en Cancún. Al mismo tiempo, sonaba el ventilador que, aunque tenía muchos años, estaba medio destartalado y era bastante ruidoso, aun así lanzaba un aire fuerte y constante.

Esa mañana todos salieron de paseo y el Venti aprovechó para platicar con la estufa:

—Estoy cansado de soplar, soplar y soplar. He trabajado tanto tiempo que quisiera descansar —le dijo.

—Yo también trabajo mucho y aunque paso mucho calor, sobre todo en verano, estoy contenta con lo que me toca hacer.

A mediodía, todos estaban de vuelta en casa, los abuelitos se encontraban sentados uno al lado del otro en sus respectivos sillones. Platicaban de los nietos, de las noticias del periódico, de los juegos de bingo; en fin, de muchas cosas que ambos conocían. Tomasita se abanicaba con un pedazo de cartón; Moy resistía el aire caliente que entraba por la ventana, fingía no tener calor.

—Oye, corazón de melón, hace mucho calor aquí, ¿qué te parece si compramos un aire acondicionado con los ahorritos que tenemos? —dijo Tomasita, mientras le guiñaba un ojo a su compañero.

Moy se quedó pensativo un rato, antes de responderle:

—No quería gastar en eso; deseaba que fuéramos a pasar la Navidad a Veracruz.

Entonces sintió cómo le escurría el sudor por su cara, cómo se deslizaba por los costados de las mejillas y resbalaba con gotas gruesas hasta el cuello. Después de secarse, le contestó:

—Tienes razón, sonrisita de sandía. ¡Trabajamos muchos años y nos lo merecemos! Mañana, en cuanto abran la tienda, iremos a comprarlo.

El Venti, que había escuchado la conversación, se puso muy feliz. Le dijo a la estufa que por fin se tomaría unas vacaciones, y se echó una carcajada.

Al otro día, cuando el cielo dibujaba pinceladas de colores, los abuelitos recibieron a los técnicos, que llegaron en un carro blanco, con el aire acondicionado en la cajuela.

Cuando ya estaba instalado, cerraron las ventanas y sintieron la frescura. El ambiente era tan agradable que olvidaron preguntar cómo se regulaba la temperatura.

Después de la siesta, Moy tomó el Venti y lo puso en la banqueta, junto al tambo de la basura.

—¡Ya no te necesitaremos más, hasta aquí nos diste servicio! —dijo con cierta melancolía, porque —por cierto— había sido un regalo de bodas.

Cuando llegó la noche, en medio de una lluvia torrencial, el Venti lloraba amargamente.

—¡Qué tonto he sido! No valoré mi trabajo, ni mi hogar, ni mis amigos. Ahora estoy en la calle y si me sigo mojando ya no serviré más.

En casa, Moy y Tomasita dormían tranquilamente. Su nuevo aparato seguía echando aire cada vez más frío; ambos se dieron cuenta cuando despertaron estornudando.

—Ya nos resfriamos —dijo Tomasita entre estornudos; apenas podía hablar—, desconecta el clima, corazón.

Moy se levantó para hacerlo y entonces su esposa le comentó algo que él ya había pensado.

—¿Por qué no vas a ver si todavía no ha pasado el camión de la basura y te traes de nuevo el Venti? —preguntó, mientras volvía a estornudar.

—Sí, corazón, voy corriendo.

Él se apresuró porque ya escuchaba la campana muy cerca. Llegó justo antes de que pasara el camión recolector. Metió el Venti a la casa, lo secó y lo conectó. ¡Todavía servía! Refrescó muy bien el cuarto.

Días después, con una amplia sonrisa, le comentó el Venti a la estufa:

—De la que me salvé. No volveré a quejarme. z al lado de la estufa, la lavadora y

—Hasta te fue mejor: te limpiaron, te aceitaron y ¡mírate!, ¡ya tienes un pedestal nuevo!

El Venti sonrió complacido, tanto, que hoy cuenta su aventura a todos los que puede; y se sabe

Feliz al lado de la estufa, la lavadora y sus demás amigos.

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