El poeta cancunense David Anuar fue aceptado en el “Programa de becas y formación” de la Fundación para las Letras Mexicanas (FLM)

 

A manera de epígrafe

Mi amigo Anuar me pidió que escribiera una nota sobre nuestra experiencia en la Fundación. Yo sé que me lo pidió porque está mal visto hablar sobre uno y, en cierta medida, le incomoda la idea de escribirla él mismo. Así es como se va pasando de boca en boca la necesidad de narrar la primera persona: la papa caliente de la literatura. Esta es, quizás, una de las muchas enseñanzas que he recibido en la contiguidad de nuestros cubículos. Al final, la falta de privacidad ha llegado a tal punto que ni siquiera es posible esconder para sí ese pequeño pudor que todos guardmos en el sacro rincón de la vanidad.

Andrea González Aguilar

Becaria de la FLM

 

El poeta cancunense David Anuar, de 29 años, fue aceptado en el “Programa de becas y formación” de la Fundación para las Letras Mexicanas (FLM), en la decimosexta generación 2018-2019. Esta beca se entrega a jóvenes escritores de hasta 30 años para desarrollar su obra creativa en el espacio de un año en los géneros de dramaturgia, ensayo, narrativa o poesía. Entre las actividades formativas se encuentran charlas, conferencias, cursos, seminarios y, como columna vertebral del programa, tutorías semanales con un reconocido escritor en el género en cuestión, en este caso, la poeta mexicana María Baranda.

Este año la FLM recibió 255 solicitudes para ser parte de la decimosexta generación, la cual está conformada por 25 escritores distribuidos de la siguiente forma: 5 en dramaturgia, 6 en ensayo, 7 en narrativa y 7 en poesía. Los escritores de esta nueva generación provienen de 12 entidades federativas: Aguascalientes, Ciudad de México, Chiapas, Estado de México, Guerrero Jalisco, Morelos, Oaxaca, Quintana Roo, Sinaloa, Sonora y Veracruz. Los becarios en el género de poesía son Andrea González Aguilar, Lucía Terán Cornejo, Ángel Vargas, David Anuar, Sergio Eduardo Cruz, Xel-Ha López Méndez y Nicté Toxqui.

Los becarios asisten diariamente a la sede de la FLM, ubicada en Liverpool 16, en la Colonia Juárez de la Ciudad de México. La Fundación está alojada en una casa porfiriana de principios de siglo XX, registrada oficialmente el año de 1914. Techos altos, pisos y ventanales de madera, jardines de bambú y amplias estancias divididas en cubículos conforman la silueta de la casa. Pero el corazón de esta centenaria vivienda lo constituyen sus habitantes y su actividad literaria, la discusión, el intercambio de ideas, las lecturas en común y la crítica constructiva.

A continuación reproducimos el discurso de presentación que leyó David Anuar en la primera lectura de becarios, llevada a cabo el 23 de octubre en el Salón de los Espejos de la Fundación para las Letras Mexicanas.

Esa extraña forma de comunicación

“Honestidad. Ante todo, honestidad.” Eso me respondió el maestro Eduardo Langagne cundo le pedí consejo para escribir estas líneas. “Honestidad. Ante todo, honestidad”. Palabras más, palabras menos. Honestidad sería, por ejemplo, decir que justo ahora, mientras leo, los nervios dominan una parte de mí que nadie más ve o presiente. Honestidad también sería decir que muchas veces, estando aquí, en la Fundación, pienso en las vértebras L4 y L5 de mi madre, entre las que crece un quiste que amenaza con quitarle la fuerza motriz de las piernas, estenosis le llaman los médicos, estenosis y comprensión de la raíz ipsilateral. Cosa de nervios, me han dicho. En eso nos parecemos; en los nervios, los de ella y los míos. Pero también en la enfermedad, que ha sido tarea común a lo largo de nuestra vida, algo más nuestro que nosotros mismos, una extraña forma de comunicación.

Desde niño la enfermedad estuvo con nosotros; a veces en ella, otras en mí, algunas cuantas en ambos. Primero fueron las alergias, la rinitis, la sinusitis y un variado repertorio de infecciones en las vías respiratorias; luego, la espalda y las rodillas, desgaste, escoliosis, derrame de líquido sinovial, múltiples formas de tendinitis y bursitis; después llegó la anemia, las hernias, la gastritis medicamentosa, la colitis crónica y nerviosa; y la vida en el trópico nos obsequió el dengue hemorrágico y la inflamación permanente de la conjuntiva; la genética también hizo de las suyas con la miopía y el astigmatismo; recientemente una cuatrimoto engrosó nuestra nómina de dolencias con una fractura de pelvis –que pudo haber sido mucho peor–, y la estenosis que podría triturar, definitivamente, los nervios de mi madre.

“El autor sufre de una fijación por su madre”. Eso fue lo que alguien comentó sobre un cuento mío publicado hace algunos años en la página Círculo de poesía. Yo no sé si soy un pequeño Edipo, lo que sí puedo afirmar es que la literatura me llegó a través de las mujeres, la primera de ellas, mi madre. Recuerdo que vivíamos en Tucán Caribe, unos condominios en la Avenida del Bosque en la ciudad de Cancún. Yo tenía 6 o 7 años y una desmesurada afición por las albercas. Por las tardes disfrutaba de chapotear en la piscina del conjunto, hasta que un día mi madre me cerró el paso, justo en la puerta de la casa cuando yo me encaminaba hacia mi zambullida vespertina. Llevaba un libro de tapas rojas en la mano, y me dijo que a partir de entonces no podría salir hasta que leyese una hora al día con ella. Recuerdo el enfado que sentí aquella semana. Si entonces hubiese conocido a Catulo le habría leído este poema a mi madre: “Odio y amo. Por qué lo haga, preguntas acaso. No sé. Pero siento que es hecho, y me torturo”. Aunque yo sí sabía el porqué. Tenía que estar dentro de la casa, en la tarde, después de la escuela, leyendo con mamá, mientras los demás chicos se hundían plácidamente en la alberca del condominio. Sí. Recuerdo que lo odiaba.

Después de la primera semana, le había agarrado cariño a la historia de ese niño vagabundo que se convertía por azares del destino en príncipe. A la siguiente, yo ya iba al libro con absoluta libertad y me anticipaba a la presencia de mi madre, cuya vigilancia se había vuelto obsoleta. Sin yo saberlo, había pasado a formar parte de la tribu de los lectores gracias a mi madre y a ese tomito rojo que sería el principio de la literatura en mi vida. Príncipe y mendigo de Mark Twain, publicado en 1985 por Ediciones Forum. Sin él, mi vida habría sido otra, estoy seguro, y quizá ahora sería biólogo marino y mi afición por las albercas se habría prolongado al mar y a otros cuerpos de agua.

El segundo libro, digamos iniciático, me llegó de forma indirecta a través de mi abuela. Corría el 2000, cuando por diversas circunstancias familiares tuve que dejar Cancún y vivir un año en Maravatío, un pequeño pueblo de Michoacán. Cursaba quinto de primaria y yo era la novedad en la escuela, un niño venido de allá lejos, de esas tierras que sonaban a playas y mares de otro país. De Maravatío me gustaba el frío, los helados del centro, Yareli y Lucía, las corundas, las enchildas pobres, los gusarapos del río, la Alameda y los días de tianguis en que las calles se ponían a reventar. Pero fue en la tranquilidad de la casa de mi abuela donde hice el hallazgo más importante de mi exilio michoacano.

Desde mi encuentro con Mark Twain y su novela Príncipe y mendigo, mi afición por la lectura había crecido día con día, y yo devoraba cuanta novela se cruzaba en mi camino, recuerdo en particular las de Julio Verne, Bram Stoker, Hermann Hesse, Michael Ende, J. K. Rowling, Issac Asimov y Anne Rice. En este sentido, la casa de mi abuela fue tierra propicia para mis inclinaciones lectoras. Ella tenía muchos libros que gustaba acomodar en cestones de mimbre, que yo merodeaba y hurtaba a la menor oportunidad, como si fuesen deliciosas frutas maduras. Fue así como llegó a mis manos el Recuento de poemas, de Jaime Sabines. Al inicio me causó desconcierto la disposición de la escritura y el blanco de la página, como si fuese una broma o un error de edición, cabe recordar que yo era un lector acostumbrado a las novelas. Es curioso que mi encuentro con Sabines haya tenido lugar en Maravatío, topónimo derivado del purépecha maruati que significa “lugar o cosa preciosa”. Ésta, mi feliz perplejidad ante el verso, “cosa preciosa”, marcó el principio de la poesía en mi vida.

Robé definitivamente el libro de Sabines a mi abuela, viajé con él de vuelta a Cancún, me acompañó durante la adolescencia y, algunos años después, sería mi libro de cabecera en Mérida, mientras estudiaba Letras y fraguaba la idea de escribir mi tesis sobre la obra de Sabines, que concluí en 2013. Finalmente, el libro volvió a viajar conmigo a la Ciudad de México en 2016, cuando recibí una invitación para participar en el documental Sin Dios y sin diablo, Jaime Sabines y sus lectores, del director Claudio Isaac.

Hoy en día, ese libro que robé a mi abuela y que tanto influyó en mi decisión de estudiar letras y dedicarme a la poesía, tiene ya muchos años encima, numerosas lecturas y, sobre todo, ha sabido sobrellevar los estragos del trópico. El ejemplar en cuestión ha permanecido celosamente resguardado en Mérida, bajo medidas extremas de conservación, pero Sabines ha venido conmigo y me acompaña el día de hoy en una edición de la UNAM de Algo sobre la muerte del mayor Sabines, uno de los poemas más desgarradores de la literatura mexicana del siglo XX, donde el poeta escribe sobre el cáncer de pulmón que arrasó a su padre. Así, regreso a esa extraña forma de comunicación, la enfermedad, que será el tema, el centro de mis lecturas y poemas en los siguientes meses. Y mi plan no podía iniciar de otra forma que volviendo al principio de la poesía en mi vida; por ello, Algo sobre la muerte del mayor Sabines encabeza mi lista de lecturas. Les comparto unos versos que me parecen sintomáticos de la fuerza y el desgarramiento que tiene la escritura de Sabines, y en especial la da este libro.

VIII

No podrás morir.

Debajo de la tierra

no podrás morir.

Sin agua, sin aire

no podrás morir.

Sin azúcar, sin leche,

sin frijoles, sin carne,

sin harina, sin higos,

no podrás morir.

Sin mujer y sin hijos

no podrás morir.

Debajo de la vida

no podrás morir.

En tu tanque de tierra

no podrás morir.

En tu caja de muerto

no podrás morir.

En tus venas sin sangre

no podrás morir.

En tu pecho vacío

no podrás morir.

En tu boca sin fuego

no podrás morir.

En tus ojos sin nadie

no podrás morir.

En tu carne sin llanto

no podrás morir.

No podrás morir

No podrás morir.

No podrás morir.

Enterramos tu traje,

tus zapatos, el cáncer:

no podrás morir.

Tu silencio enterramos.

Tu cuerpo con candados.

Tus canas finas,

tu dolor clausurado.

No podrás morir.

 

¡Qué difícil es regresar ahora, después de este poema, a mi plan de lecturas!

Bien. Como ya he dicho, la columna vertebral de mis lecturas será el tema de la enfermedad y, en específico, el cáncer y la migraña, por ser éstos los dos padecimientos en que se desvela mi escritura actual. He confeccionado un catálogo de textos, entre los que se encuentran el ensayo sobre historia de la ciencia titulado Le migraña, de Oliver Sacks; el ensayo literario “Las migrañas” de W. H. Auden; algunos poemas del libro Cofre de pájaro muerto, del poeta michoacano Armando Salgado; y dos textos del siglo XIX, “On sensorial vision”, ensayo de divulgación científica escrito por John Herschel, matemático y astrónomo inglés, quien describió el fenómeno del aura, alteración visual en las personas con migraña; y un exquisito tratado médico autoría de Edward Liveing, cuyo título dice así On megrim, sick-headache, and some allied disorders: a contribution to the pathology of nerve-storms.

Hasta aquí, mi tour de lecturas que, afortunadamente, ha tomado nuevas luces, un necesario detour, alumbrado por esta casa y sus habitantes. La enfermedad y sus metáforas, de Susan Sontag, recomendación del amigo Cristian Lagunas durante una charla de pasillo, quien también tuvo la gentileza de informarme sobre un poema de Harold Pinter, “Cancer Cells” y la novela Pabellón del cáncer, de Aleksandr Solzhenitsyn. En esa misma plática, Sabina Orozco me compartió La revolución es un sueño eterno, del novelista Andrés Rivera, cuyas palabras iniciales dicen: “Escribo: un tumor me pudre la lengua. Y el tumor que la pudre me asesina con la perversa lentitud de un verdugo de pesadilla”; Sabina también me señaló un poema de José Watanabe, “Última noticia”, y tan sólo unos días después apareció una copia sobre mi escritorio. Gracias, Sabina. Con esto ya me encuentro en el espacio de las lecturas dedicadas al cáncer, donde se encuentran la novela La enfermedad de Alberto Barrera Tyszka, y dos poemarios, Principia de Elisa Díaz, cortesía de Jorge Zúñiga, y Las noches son así, de Isabel Zapata, que me recomendó Astrid López Méndez, junto a la invaluable, última y única novela de Antonio Alatorre, La migraña.

De nuevo gracias, muchas gracias, amigos todos de la Fundación. Espero que estos libros me permitan transitar, ahondar y sobrevivir este territorio de claroscuros, y poder explorar esa extraña forma de comunicación que es la enfermedad.

David Anuar (Cancún, Q. Roo, 1989), es licenciado en Literatura Latinoamericana (UADY) y maestro en Historia (CIESAS). Fue becario del PECDA por el Estado de Quintana Roo (2012) y por el Estado de Yucatán (2015); del Festival Cultural Interfaz (2017), y actualmente de la Fundación para las Letras Mexicanas (2018-2019). Ganador del Concurso de Cuento Corto Juan de la Cabada (2011). Autor de las plaquettes de poesía Erogramas (2011, Catarsis Literaria El Drenaje) y Estrellas errantes (2016, UAEM). Autor de los libros Cuatro ensayos sobre poesía hispanoamericana (2014, Ayuntamiento de Mérida) Bitácora del tiempo que transcurre (2015, Ayuntamiento de Mérida), y Seriales y otros cuentos cortos (2018, SEGEY). Editor de Contramarea: breve antología de poesía joven de Quintana Roo (2017, Plataforma Colectiva). Ha sido incluido en las antologías Los árboles arrancan su cuerpo de la sombra (2015, Bitácora de vuelos), Parkour Pop.ético (o cómo saltar las bardas hacia el poema) (2017, SEP), y Fragilidad de las aguas. Antología poética del sureste mexicano 1980-1989 (2018, La otra). Es miembro del Comité Editorial de Temas Antropológicos y del Consejo Editorial de Tropo a la uña. Su obra se puede leer y descargar de forma gratuita en: https://uady.academia.edu/DavidAnuar

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