Reza Emilio Juma nació en Toronto, Canadá pero pasó su infancia entre varios países. A una edad muy joven llegó a España; etapa más larga y de mayor influencia en su vida. En el 2012 llegó a México y ahora está afincado en la isla Cozumel donde se inspira para escribir sus novelas.
Se tituló en Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas en la Universidad de British Columbia y ha trabajado en el ámbito académico como profesor de idiomas y literatura, y ha contribuido en varias publicaciones e investigaciones además de ser colaborador de revistas internacionales.
En 2014 publicó su primera novela, Mil Besos, que fue elegida por el Centro Andaluz de las Letras para salir en el “Escaparate Andaluz”. Un año después, en el 2015, sacó su segunda novela El legado del príncipe de Cachemira, que con gran aceptación recibió varios reconocimientos de ayuntamientos, universidades, museos, teatros, casas de cultura y bibliotecas en España y en México y ha sido invitado personalmente por alcaldes y gobernadores para presentar en sus ciudades. Sacó su tercera obra titulada “La trapecista”, una thriller basada en el circo y que transcurre en su mayor parte en México.
Ganador de premios y reconocimientos literarios por su trabajo, Reza Emilio ha estrenado portadas de revistas y periódicos internacionales y ha salido en más de cien medios de comunicación y su trabajo es conocido a nivel internacional.
LA TRAPECISTA
(Fragmento)
Los asistentes salieron de todos los rincones de la arena para quitar la enorme red, que era la única protección contra el suelo cubierto por una fina capa de arena. Apagaron las luces, la gente silbaba y gritaba, se inundó de locura el circo cuando repentinamente -en medio de la oscuridad-, una luz intensa alumbró a Esmeralda. Ella apareció –jovencísima y frágil- sentada en el trapecio como si se tratara de un columpio infantil, con un clavel rojo en su cabello y silbando junto a los aires de una música parisina de violín. Se encontraba a una altura de doce metros de distancia del ruedo de arena y no llevaba cinturón ni cuerda. Paró de silbar, me había localizado enseguida entre la enorme multitud y me sonrió con aquella gracia de inocencia infantil que me causó un sinfín de emociones… inundándome en la nostalgia. Su imagen aparecía y desaparecía de mi vista. Éste era su momento mientras retaba a la muerte y a la divinidad. Era el momento de decisiones y desafío. Esto era lo que querían los espectadores, era la justa intensidad que siempre ofrecen los artistas del circo para no defraudar a su público. Los asistentes eran como chacales rábidos, esperando trozos de carne sanguinolenta o cualquier tipo de acción mórbida que les elevara la adrenalina hasta hacerle aullar de contento.
Y sucedió.
Dio una voltereta hacia atrás para –magistralmente- quedar de pie en el columpio, convirtiéndose en la figura estrella de la noche. Fuertes aplausos y ovaciones ensordecieron mis oídos. El acto tenía que durar cinco minutos y yo sólo deseaba que se acabara de una vez por todas… esa tortura tan atroz. Continuó impactando al público, engolosinada, ejecutando nuevas formas de equilibrios y haciendo varias volteretas, acabando en una figura triunfal. Sus pies ligeros abandonaban la barra del trapecio; sus movimientos eran limpios y delicados, sus alas se desplegaban. Literalmente flotaba por los aires, mientras su delicado cabello rozaba el techo de la carpa. Todo era tan suave y ligero que hasta parecía que verdaderamente volaba. Era hermoso, perfecto. Y entendí entonces la razón y el por qué era la Muñeca del Aire.