Saulo Matasanos

Saulo Matasanos. Chetumal, Quintana Roo, 1993. Estudiante de Maestría en Apreciación y Creación Literaria en el Instituto de Estudios Universitarios. Coordinador y editor en Editorial Gazapo, colaborador en el fanzine digital Letrina, autor de la plaquette “Héroe y otros relatos”. Ha participado en el 1er Encuentro Literario del Sureste, el Encuentro de escritores “Hala Ken” de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco y los dos Encuentros de Escritores “Bakhalal” de la Casa Internacional del Escritor de Bacalar.Becario Festival Interfaz Mérida, Yucatán, 2017.

Correo electrónico del autor: saulobernes@gmail.com

Actualmente radica en Chetumal Quintana Roo.

 

Springbreakers

 

Un puño brota de entre  la oscuridad y se impacta contra mi nariz, achatándola como a la trompa de un cerdo. No puedo contener las lágrimas, en otra circunstancia mi agresor estaría burlándose de mí, pero ahora estoy seguro de que no puede verme el rostro, soy solo un bulto que se retuerce en el piso y gimotea. La noche es otra vez mi aliada en este caso, pero no de la buena forma. No como Batman, a veces quisiera ser más como él, multimillonario, pero solo me alcanza para ser el detective Eugenio Brannan. Un hilito de sangre escurre desde mi nariz hasta mi boca, nada como el delicioso sabor a metálico para recordarte que eres frágil, que sigues vivo. Luego hay un chasquido en seco acompañado de un destello que ilumina toda la bodega llena de motores para lanchas. De inmediato reconozco una silueta humana frente a mí y levanto el revólver con la mano temblorosa.

―¡Dime dónde está! ―digo con voz nasal pero imperativa hasta que una patada en la mano me hace soltar el arma. Respiro, me pido tranquilidad, todo marcha de acuerdo al plan.

Las pupilas se acostumbran poco a poco a la luz hasta que miro a un pelón de treinta y tantos años con barba roja parecida al pelaje de un orangután. Ese me golpeo. A mí izquierda hay otro pelón de barba tupida, igualito al otro, pero con una verruga entre ceja y ceja. Ese me pateo la mano. Pensaría que estoy viendo doble si estuviera ebrio o no supiera que estos son los sujetos que esperaba encontrarme: los hermanos Naacif. Dos hijos de puta libaneses que se dedican al secuestro de turistas en Cancún.

No les es muy difícil localizar a su víctimas porque los gabachos que suelen venir de springbreakers se la pasan subiendo fotos de sus excesos al instagram, de hecho operan buscando el hashtag #Cancún y luego revisan algunas fotos, un sistema obvio pero eficaz. Después mandan una solicitud para seguirlos, para esto utilizan una cuenta en donde hay fotos de una chica semidesnuda fumando marihuana todo el día. Después de ver las historias durante horas saben perfectamente donde se hospedan sus víctimas, cuánto dinero pueden gastar, que tan ebrios están y el antro que visitarán. No es nada del otro mundo, no solo Marck Zuckenberg te está espiando.

Estoy siguiéndoles la pista desde hace un par de semanas porque la madre de uno de esos springbreakers se alarmó cuando su hijo no regresó a casa. Desesperada, fue primero con la fiscalía del estado aquí en Quintana Roo, después con la embajada gringa en Cancún, y por último con un abogado que les prometió agilizar el trámite a cambio de cuatrocientos dólares, pero todos terminaron por hacer nada y decirle que espere. Hospitalidad mexicana, de norte a sur la misma cosa. Pero para eso estoy yo, investigador privado, experto en cobrar por casos que otros no quieren realizar.

En palabras de su madre: el chico se llama Dwayne Allen y vino a pasar sus vacaciones de verano con sus compañeros de la universidad, tiene veintiún años de edad, el cabello rizado y un tatuaje de un pez koi en el brazo derecho, de hecho me dio una instantánea suya que guardé en la cartera por cualquiera cosa. Se hospedaba en el Hilton. Estudia medicina en una escuela que no puedo pronunciar y es de los promedios más altos de toda su generación. Lo que significa que vino hasta esta colonia gringa en el caribe para ponerse hasta las manos de alcohol y sustancias psicotrópicas mientras toma el sol recostado en la arena. También me dijo que su hijo le había mostrado fotos de aquella chica porque le vendieron el cuento de que ella trabajaba en un antro y podía conseguirle algunos pases gratis. Lo que significa que en realidad le había prometido droga buena y a buen precio sin tener que contactar a un dealer local. Cayó en la trampa. No soy de Cancún, ni siquiera vivo aquí, pero cuando escuché la historia supe que debía buscar a alguien que conoce como se mueve el negocio en este muladar que hacen pasar por paraíso: el buen Moi.

Moi es uno de esos tantos genios universitarios que terminan atendiendo turistas en la recepción de algún hotel a cambio de un salario más o menos decente, seguro social y propinas en dólares. El tipo estudió finanzas, también es uno de los mejores “facilitadores” de toda la industria hotelera. ¿Puedes pagarlo? Moi lo consigue, esa es su frase. Puede conseguirte desde una niña de seis años hasta un kilo de cocaína tan buena como la que inhalaba Tony Montana. Trabaja en el Ritz, pero tiene una amiga que es la facilitadora en el Hilton. Bastó con hacer una llamada y preguntar a quien conectó con el gringo que desapareció hace dos meses. El simple dato me costó dos mil pesos, pero hay certeza con Moi y me hace un descuento de paisanos, porque ambos somos de la capital. Todo un maldito genio de las finanzas.

Pasé los días siguientes y visitando a drogadictos que venden artesanías en la playa, a oficiales de policía que se la pasan en bares de mala muerte y  bailarinas de puteros que llaman a seguridad para que me saquen de ahí a patadas. Hasta que en uno de esos puteros una bailarina me dice que era novia de uno de los hermanos Naacif, del que tiene la verruga entre ceja y ceja, pero que el muy hijo de la chingada le ponía el cuerno con su mejor amiga y que nada la haría más feliz que saber que a ese pelón se lo lleva la verga, también me dice donde esconden a sus víctimas, que seguro el gringuito ha de estar ahí. Le di las gracias y quinientos pesos que no pude negarle cuando vi al cadenero con un bate de beisbol pasar por detrás de ella.

Así vine a dar a esta bodega de refacciones para vehículos acuáticos, supuse que alguien de los que visité dio el pitazo o algo por el estilo, no se puede confiar en esas lacras. Por eso traigo un chaleco antibalas y un revólver en la bolsa del pantalón esperando a que terminen de hablar entre ellos sobre lo que deben o no hacer conmigo. Sigo en el suelo fingiéndome aturdido mientras analizo el lugar con la vista, miro una puerta de hierro pintada de azul marino a un costado del lugar, seguro que en esa habitación está ese tal Dwayne Allen, preguntándose si se va a morir o si van a torturarlo. Yo tampoco sería muy positivo si tuviera que estar amordazado todo el día.

Los pelones deciden matarme como si yo no estuviese ahí, dicen que es más fácil deshacerse de un cadáver y tienen mucha razón, por eso mientras discuten quien de los dos debe destazarme para luego arrojarme al mar saco el revólver y disparo al cuello del que tiene la pistola. Este cae de rodillas roncando mientras se ahoga en su propia sangre, se le escapan algunos tiros de  tratando de desquitarse, pero lo único que logra es hacer que su hermano retroceda para ponerse a cubierto y que yo tenga tiempo suficiente para levantarme y correr hacia la puerta de acero.

La abro y me atrinchero detrás, las balas suenan como palomitas de maíz reventando dentro de una hoya al impactar contra la puerta. A mi espalda noto que hay un bulto en el suelo que se retuerce y emite unos gemidos ahogados. Es un sujeto de tez blanca con una bolsa de tela negra en la cara y un tatuaje en el brazo derecho, saco mi cartera, miro la instantánea, el tatuaje del pez koi es idéntico. Lo llamo por su nombre, el chico se pone a berrear, creo que trata de decir help o algo así. Le digo que wait, que aguante.

Me asomo por la puerta, dos balazos me reciben pero ninguno realmente amenazador. Veo al pelón de la verruga agachado detrás de una moto acuática, disparo hacia un lado para que se acerque hacia donde está el tanque del combustible. El maldito pelón cae en la trampa y luego disparo debajo del asiento un par de veces, la cosa revienta botando anaqueles con piezas de motor encima. No hay manera de que haya sobrevivido a eso. De todos modos me asomo y alcanzo a sentir el olor de su barba achicharrándose. Le meto otro tiro al cuerpo por si se le ocurre tener un segundo aire.

Regreso hacia dónde está el chico y le destapo la cara, vuelvo a mirar la instantánea para asegurarme de que tengo al sujeto correcto. Luego le quito la mordaza. Thank-you-sir-, thank-you-sir, repetidamente. Le digo que su madre me envió, creo que no me entiende, debe ser por el shock o porque mi inglés es muy malo. Después me pregunta cuál es mi nombre y yo respiro profundo, respondo lo único que sé que puedo decir bien en su idioma:

―I´m Batman.

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