Actualmente Agustín Labrada Aguilera (Holguín, Cuba, 1964). Es autor de los poemarios La soledad se hizo relámpago (1987, 2013, 2015), Viajero del asombro (1991, 1995, 1997) y La vasta lejanía (2000, 2005); y de la antología poética de la Generación de los Ochenta en Cuba Jugando a juegos prohibidos (1992). Ha publicado los libros de periodismo cultural Palabra de la frontera (1995), Más se perdió en la guerra (1999, 2016), Un paseo por el Paraíso (2006), Seis caminos (2012) y Ellas están de paso (2013); y el de ensayos Teje sus voces la memoria (2011). Ha ofrecido lecturas en Cuba, México, Nicaragua, Ecuador, Bulgaria, España, Uruguay, Panamá, Argentina, Estados Unidos y Francia. Sus poemas aparecen en más de 50 antologías en el mundo; y en los discos Un lugar para la poesía, Guerra y literatura del siglo XX y Los ángeles también cantan.
Correo electrónico del autor: agustinlabrada@hotmail.com
Actualmente radica en Chetumal Quintana Roo.
LA NEGRA MELODÍA
No volveré
hasta mi calle azul,
mi antigua novia,
la negra melodía
que recompone el alma.
Nunca podré
rehacer una sonata
que en su incendio
rescate aquella tarde,
tus piernas y mi asombro.
Estos dibujos
son ya polvo pasado
y tú: la nada,
perdida en un aullido
sobre los pastizales.
Todo se borra
y mentimos cantando
que nuestras huellas
de países y amores
armaban el estío.
He dicho adiós
y aunque cifre el regreso,
no será igual:
otras máscaras pueblan
los minutos y el aire.
ANTES VEÍA LOS ASTROS
Detrás de nuestros vidrios todos acertamos
la doble faz de las épocas.
Pienso en el destierro dentro del mismo anillo,
la reconciliación que siempre nos visita
cuando ya hemos soterrado la confianza.
Antes veía los astros en las caras vecinas
y aquello que nombré alegría
era una tela que no logró velar su gran miedo.
También yo tuve miedo a la costumbre,
sólo pulsé mi audacia
y murmuré en blanco y negro imágenes de lo perdido.
Jamás aprenderemos que perder
es regresar en la neblina a los orígenes.
Ya arriesgué lo más puro,
no festejo los remordimientos,
no quiero traicionarme frente a tanto infinito,
quizá sea el extranjero que no encuentra su casa.
PARA UNA FOTO SEPIA
Desgarra un vals
las farolas del muelle
donde imagino:
mi madre en la pradera,
tras la línea del éxodo.
Bailando el vals,
sonríen a color
cinco italianas
para una foto sepia,
como son mis recuerdos.
Viví profundo
cuando todo soñaba,
sin sumergirme
en el rumor de estelas
que izan los alcatraces.
Me abismo así
bajo ese remolino,
en que se alía
con el remo y su espuma
la pasión del ancla.
Pudiera estar
ahora en Jerusalén
o en el Danubio,
seguro arrastraría
esta misma tristeza.
CON EL VIENTO Y LA SUERTE
Se extiende mi voz,
alfanje hacia su noche,
hiere las máscaras,
se anilla entre los libros
y alumbra como tigre.
Libertad mía
de diálogo sin rostros,
¿me escucharás
como yo escucho al orbe
ahogarse en un naranjo?
Dibujo el fin
y agradezco al maizal
con sus espigas,
si los peces y el canto
viajan hasta mi mesa.
Ya vi borrarse
la sombra de aquel bote
rumbo a mi infancia,
y no trocó el regreso
ninguna melodía.
Madero soy
a la deriva o en el humo,
sin esa luz
de una boda secreta
con el viento y la suerte.
ME ABRAZA ENTRE SUS CUERVOS LA LLOVIZNA
Hay este jueves en mi sangre un retorno
al almendro en cuyas hojas
aún fondean sin mí las carabelas,
la Virgen sobre el agua,
reverdecidos campos como un muerto.
El milenio ya oxida
aquel velamen de lomas y adoquines,
y al sentir tal penumbra
me abraza entre sus cuervos la llovizna.
Allá siguen los míos demarcando su lienzo,
saben que si resbalan
no los va a sostener ninguna estrella,
y cuando caiga el frío
tendrán sólo sus huesos para armar el tejado.
Una marea de patos interroga al otoño,
su heredad es el aire
y al expandirse ven cánticos y fogatas,
cerrados para mí con sus marfiles.
Hay este jueves en la sangre un eclipse.
La letanía de un blues
augura que en cada despedida
bailarán en mi almendro un haz de peces
y los niños ahogados que iban al Paraíso.