Mauricio Ocampo

Mauricio Ocampo C.  Maestro en Pedagogía y Licenciado en Sociología con especialidad en cultura, docente, ensayista, músico y poeta. Es miembro activo del colectivo político/cultural El Rincón Rupestre desde hace más de 15 años. Como creador se ha presentado en diversos foros y festivales. Es autor de las plaquettes de narrativa y poesía  Pogrom (2002), Del Viento y Otras demencias (2006),  viajeros del tiempo celeste (2014) y cenizas de sangre (2014), KROKODILE (2016), Necrologio (2016) todos ellos en edición independiente. Fue colaborador en el Proyecto Ediciones de Webo (2003) con la poeta Argentina María García.

Ha sido incluido en varias antologías del país. Actualmente colabora con la Revista Literaria Tropo a la Uña, Cancún y la revista Caracol Azul, Cancún.

Correo electrónico del autor: ocmauricio81@gmail.com

Actualmente radica en Cancún Quintana Roo.

 

Momento

I. Nací

Afuera llueve, los autos pasan escupiendo a los peatones quienes corren como si fueran perseguidos por sus demonios. El perro sigue ahí, en el mismo lugar, con sus viseras de fuera pegadas al asfalto del infierno y su aliento apagado. Cómo es la vida, apenas una semana atrás corría hecho la madre detrás de los autos ladrando. Adentro, la música es un llanto que perfora los sentimientos de un hombre ahogado en alcohol, y más allá, en la otra vértice, las monjas encarceladas frígidas por contener sus deseos carnales, por masturbar sus pensamientos en la cruz de su agonía detrás de las barras que dividen lo real de lo irreal y los sacerdotes practicando parafilias con menores, escupen a la tierra desde el cielo incierto el tumulto pútrido de mi estancia; y tú; corres detrás del tiempo para llegar a renegar del espacio en el que habitas, el mismo.

Apenas me acuerdo de mi nacimiento hace 21 años, mi madre acostada y yo tratando de salir le cause mucho sufrimiento, segundo a segundo que se volvía eterno para ella, mientras más salía mi cuerpo, más se le separaban las caderas como las manecillas del reloj al marcar las 12:30. Nuestro dolor era intenso; el de ella por la dilatación de su vientre, el mío por el impacto terrible de salir a estas tierras desconocidas, pero salí y de una nalgada llegó mi primer absorción de muerte, pues es real que uno es y no es, así yo, nací pero morí, dejé de ser al tiempo que era. Mi madre me ha arropado desde entonces.   

Afortunadamente al Vaticano no se le ha ocurrido decir que esos dolores que tiene nuestra madre a la hora del parto son castigo del pecado original, pues eso sí sería una real burla a la inteligencia humana. Pero de esos falsos cristianos qué se puede esperar, si las heridas de mi pueblo aún no cierran, su sangre no se ha coagulado en el asfalto de sus cuerpos, cadáveres desolados por su historia. A veces he pensado que hubiera sido mejor morir a la hora de ver la luz/soledad, que el cordón que me alimentó me hubiera retirado el alimento de aliento que me dio durante la oscura y bella vida, pero fue cortado por el forense que calmo de sus dolores a mi madre, y aquí sigo respirando muerte. Pasaron unos meses y en un hospital de locos vivía mientras mi madre lloraba esperando mi ida a ese limbo donde aseguran que van los niños no bautizados por ser producto de ese pecado original, de esa hambre que el mismo dios invento, de esa pasión que en parte hace al hombre ser diferente de los demás animales; probablemente el maestro se equivocó después de pasar millones de años en ocio, así diría Nietzsche que el hombre es una broma de Dios, broma que ha costado muchísimo dolor.  

Mis sueños nunca fueron cometas de colores iluminando la noche que cobija fantasmas de seres inmateriales, ni unicornios cabalgando con caballeros de espada de fuego que iluminasen la nada a cualquier abaniqueo, a cualquier ataque que pretendiera cortar cabezas de dragones. Eres Pedro, Pedestal, me dijeron un día, y ahí empezaron mis miedos; miedo a no ser y ser a la vez, miedo de entrar a esa tormenta de locos que ni ellos entienden pero aman y creen, miedo a comer el cuerpo de Cristo y desecharlo en una letrina creyendo que eso era el camino al infierno. Así hirieron mi mente, la cortaban y luego con un abrazo y un beso la remendaban como el pantalón o la chamarra vieja que tanto abrigó nuestro cuerpo cauterizado y palidecido por el frío del miedo…

Un día mire el cielo y no lo encontré, solo sé que las veladoras de mi altar se apagaron de una vez y para siempre, murió, lo asesine, saqué su corazón clavado al mío y lo escupí al asfalto, ya era y soy yo, él nunca existió, sólo para su falsa esperanza de sugestión, pues: ¿puede existir pensamiento sin cuerpo? Una vez se lo pregunte a Mari, una católica que se daba golpes de pecho mirando a su padre con la corona de su dolor en la frente, me contestó que era imposible, y pregunte: ¿entonces qué diablos es el omnipotente? Respondiéndome dije: sólo es la medicina ideada para aliviar este eterno dolor que nos causa la realidad, es una patología abortada al darnos pavor ser en sí y para sí.

Duerme Madre, mañana será otro día…

II. Rebeldía

Ahhhhhhhhhhhh, ya casi oscurece y la bendita lluvia no para, parece llanto de un niño que no ha comido y pide su mamila para poder beber un poco de leche tibia que calme su hambre.   Cómo pasa el tiempo, Recuerdo de la euforia de la multitud como si fuera ayer, tendría yo como 5 años, y desde arriba, en sus hombros, escuchaba la ola de gente que pedía a gritos y mentadas de madre que se cumplieran sus peticiones, un coro que resonaba en toda la calle, un sólo espíritu que se conjugaba con el instante mismo de la incontenible rabia que se sentía,  y yo sin saber por qué, ya era parte de él. Y sí, yo en sus hombros gritando con rabia, con miedo, con dolor, sin saber por qué, pero creo que no era necesario que me lo digieran, si en sus ojos se veía la verdad de su sentir, la ternura que emana todo corazón que quiere porque ama y no al revés.

Recostado en la cama, escuchaba sus palabras: sí, tú tomas la pintura mientras yo pinto y luego corremos, si agarran a uno los demás no saben nada. Soñaba que con ellos corría muy rápido y que al despertar, despertaban conmigo todos y cada uno de ellos, de nosotros, y de la mano mirábamos las paredes pintadas, no de ese rojo pútrido del que siempre se pintan, sino de una verdad infinita y bella; la palabra, esa que todo penetra abriendo conciencias y razones, esa que rompe oídos necios y descose labios abriendo ojos y petrificando la noche en un eterno día. Nunca participé, más que siendo cómplice: – Mira, nosotros lo pusimos “Fuera porros de Voca tres”, “Respeto al artículo 3ero Constitucional”, “El pueblo unido, jamás será vencido”.  Sólo miraba y me enorgullecía. Muchos años después, cuando aún seguíamos, juntos nos acorralaron como ayer: – Uno, dos, tres, cuatro… ellos son, démosles en la madre. Se va agarra al hijo de la chingada. ¿A ver pendejo, a qué venias, a para qué cosa, qué foro? No pues aquí lo único que separa es esta y mira cómo duele.   

Allá en la selva están ellos, como siempre, con su rostro cubierto pues era negado, con la palabra como única arma, y con la digna rebeldía. También los han golpeado, pero la noche los arrulla convirtiendo su dolor en voluntad, y saben que nuevas formas de vida son realizables si se quieren de verdad, por eso nunca han callado ni callaran.

Ellas lloraban, ellos gritaban y éramos uno, pero al fin y al cabo se escribía la historia con nuestra tinta, con la de siempre la nunca agotable, la que purifica seres y nuevas formas de organización social, la que es coraje, es vida y muerte, construcción y reconstrucción, es el hombre mismo en su esencia humana, y digo humana, porque ya Máximo Gorki hablaba del oficio de ser hombre, menciona que es uno de los más difíciles, pero creo que es más difícil aún la voluntad de tener el ser humano como oficio y no como discurso.   

Ya nos madrearon, pero aun así, nuestras muertes no nos pararán, porque quieran o no, otro mundo es posible.

III. Su fe

Pobre hombre, se lo cargó la chingada por no ver la luz verde, tal parece que todos miran pero nadie observa, todos oyen, pero nadie escucha, todos hablan pero nadie se comunica; hasta la ausencia de Dios pasa desapercibida, todos tocan pero nadie palpa; hasta el amor se desquebraja en pus cada noche, esquina a esquina, tal parece que es lo mismo, pero no, podría decirse que la diferencia está en vivir y vivir con intensidad, con pasión, con locura, sentir el fuego de la excitación al hacer lo que sea, pero con un sentir real, amarlo, creerlo, parirlo, así coexistir con la no existencia, y no me refiero al nigromántico, sino a la real relación dialéctica que poseen los cuerpos materiales.

Me acuerdo que ayer aullaban con eterna rabia, sí, en la noche de la profunda despedida de Jesús, a lo alto el madrero bailaba y la concavidad de los cerros parecía la voluptuosidad de los senos de María, quien por desgracia, para sus ojos posee la eterna ironía de la virginidad. Bajaron cargando su fe, alimentando su esperanza con el dolor del Padre. Sade despertó en sus mentes perversas de angustia. Ya el cielo fornicaba a la luna como yo a mi soledad, que de igual forma moja el huevo terráqueo de vida que 9 meses más tarde habría recorrido el sendero para llegar a la cosecha, alimento para la materia auto negada en los espíritus no existentes.   

Dicen que sí, que sí apareció en el cerro, allá donde nace el agua como en el sexo de una hembra en brama, que él caminaba perdido y que la encontró y ella lo penetro a él en su no ser. Días mejores tendremos murmuraban, yo los escuche arrodillados frente a los cirios de cebo que mostraban ante la oscuridad el lugar de la aparición y  los rostros tiernos de dolor, esperanza y fe a la par de lágrimas. Aún ante todo esto, los marranos siguen haciendo alaridos de hambre y sed, se bañan en el estiércol donde la carne del bien se necrosa a cada mordisco de buitres hambrientos.

Ya lo levanta la cruz roja.  

IV. El tiempo

Cuando era pequeño, jugaba con migo en las terrecerías o iba a la presa a correr o recoger chapulines para comer, en taco sabían sabrosísimo, a cada mordisco escuchaba su crujir, o bien, miraba volar las mariposas, arrastrarse a los gusanos, o abría las lagartijas como hará el forense con ese hombre. Cómo pasa el tiempo, tal parece que vivimos un segundo de vida, y cuando el abismo nos encuentre tendremos otra forma, así nos transformaremos en  un suspiro, o un desaliento, da igual, todos seguiremos el mismo sendero; quizá de rosas rojas que acogen con amor o espinas puntiagudas que hieren. La palabra de los viejos no es ya la luz que emana el tiempo, sino la luz que devora el alma, así, todos nos echamos un volado frente a ellos que reposan de cansancio en el asfalto de esta ciudad que parece una virgen con las piernas abiertas en espera de ser penetrada, ¿cara o cruz? Pero sólo un desaliento en su ataúd, sólo alimento de gusanos y cerdos necrofilicos en el seno de la tierra, las venas de mi cuerpo se secan por el llanto que emana de lagrimales y poros.  

¿Cuánto vale una vida? Acaso una moneda, un desahogo, sólo una fuga de sentimientos sin trascendencia, un lamento un instante. Gastamos para millares de funestas cajas en las cuales yacerán nuestros cuerpos, secando y renovando lágrimas de sal que han cauterizado nuestros corazones. Nueva mente pasan nuestros viejos en este funeral estridente estirando su mano hiriente perdida durante años en máquinas y campo…

V. Mariposas

Es madrugada, cuántas cosas he visto pasar, ya hasta el capullo de la noche se resquebrajo y también las abriga como a mí. Su santuario las cobija entre edificios y catres, vuelan de un lado a otro y enseñan su soledad como mercancía, es grande, en forma de dos voluptuosos volcanes que hacen erupción noche tras noche, necesidad y soledad tras soledad. Sus corazones son tristes, ancianos alcohólicos que pretenden ser podridos por la ruleta del nacer, por las no alternativas para renacer.   

Y así, sus alas se extienden húmedas y abrazan sus miedos que les dan de comer, y en la mayoría de ellas, sus sexos están muertos. Escuché en varios lados sus palabras diciendo:   “Es tarde la hora se acerca, de mi saldrá el río de sus lagrimales, sólo que esta vez golpeara su mente con fuerza”. Creo que eso nunca pasa; muchas se fueron no sé a dónde, quizá alguien más se las llevó, lo que sí sé, es que él nunca las escuchó ni las escucha; siempre lo iban a buscar a su casa, lo comieron ya muerto y después como yo, lo defecaron como siempre. También lo he buscado, pero nunca está.

¿Dónde está? ¿En los cielos? ¿En la casa de locos? ¿En el amor? Si es así, ¿en cuál? ¿En la bondad? ¿En la miseria? ¿En las parafilias? ¿En las letras? ¿En la morgue? ¿En un parto?

¿O acaso en el cuerpo estático de todas las mariposas ausentes que volaron la noche para comer?

VI. Mi aliento

Me encanta el olor a tierra mojada, me hace recordar tu cuerpo empapado humedeciendo el mío sobre la almohada, o suspendidos en la nada penetrando el viento de tu monte, sentirte tan cerca de mí, vivirte, amarte, aquí y sólo aquí, pues no existe ni cielo ni infierno que resista nuestro fuego incandescente, y te digo, sólo faltaba tu carne para que ésta, mi alma muerta, saliera del fango en el olvido de Dios y viviese una vez más, como nunca, quizá como siempre, pues tu cuerpo era ya uno en el mío antes de que aparecieses.  

¿Qué puedo pensarte?, aunque las espinas corten mis venas y mi sangre purifique el camino de nuestras almas, tu cuerpo de tierra-luz será el elemento para mi nuevo aliento en tu seno, salir de la cripta y gritar contigo que el camino es la rebeldía…

VII. Fin del principio

La lluvia no cesará, las golondrinas hace tiempo que partieron y este lugar es desolador, como el camino de su creador. Al traga fuegos no se le apaga su luz, y los periódicos ya mero lo sepultan en el piso helado como los grandes refrigeradores de mega tiendas en los cuales guardan la carne de los elegidos para ser nuestro alimento. Esta Isla me hiere, me pisa la cabeza, me taladra el cerebro con su compra venta de seres como si fueran mercancía, como si no existiese la posibilidad de optar por volar, gritar, cantar jugar, reír, vivir, crear y así amar.   

Buscare la forma de llegar, pues no creo que a esta hora pare de llover…

 

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