Jorge Orlando Correa (Chetumal, Quintana Roo, 1992). Es coordinador del Fanzine Gazapo. Ha tomado el taller de cuento de Leonardo Garvas. Cuenta con publicaciones en medios literarios y culturares como La Rabía del Axolotl, Cantera Malaquita, Gaceta del Pensamiento y su blog personal. Estudia una licenciatura en Humanidades en la UQROO.
Correo electrónico del autor: jorgestero4@gmail.com
Actualmente radica en Chetumal Quintana Roo.
Nunca estuvo bien
Abril cruzó la puerta arrastrando una maleta donde llevaba todas sus cosas. Después del portazo, observé a mí alrededor. La discusión llegó al grado que la sala terminó hecha un desastre. Fui al baño para orinar. Cuando tiré de la palanca noté que el agua aún tenía problemas para irse como desde que llegamos a esa casa (ya había intentado reparar ese problema meses antes con el destapa caños pero no resultó). Me agaché y metí mi mano hasta el fondo. Comencé a palpar una superficie plana con puntas en los bordes. De algún modo logré sostener con dos dedos y pude sacar el objeto a la superficie: era la caja de un collar que le había regalado semanas atrás. El collar seguía dentro. Volví a tirar de la palanca pero el problema seguía ahí.
Lo que fue y no se ha ido
Camina, a pasos lentos, sobre la banqueta. A su alrededor: niños, adultos, perros, coches y edificios. Observa sus pies descalzos. Se fija en la tierra adherida como costras entre los dedos. Una pareja pasa frente de él. Ella le da un beso en la frente al hombre y ambos ríen. El ritmo de su corazón se acelera. Se muerde el labio inferior.
Ahora está sentado dentro de una casa deshabitada. Del bolsillo de su pantalón que no está roto, saca un reloj con la pantalla cuarteada y las manecillas petrificadas. Se lo había regalado Luna una mañana de navidad. Piensa en ese día, cuando fueron a desayunar a un restaurante no muy lejos de donde ahora él está sentado. Se le viene en mente el murmullo de las personas y el ruido de los cubiertos. Guarda el reloj. Afuera se escucha el sonido de los motores de coches que andan calles a la redonda.
Es inútil
Después de ajustarse las botas, tomó su rifle, balas para recargar y se roció loción anti moscos sobre el cuello y brazos.
Ya dentro del coche, antes de arrancar, reprodujo un disco de música para la relajación. Sostuvo el volante con ambas manos y después de un respiro, puso el motor a andar.
Se escondió detrás de un arbusto apuntando con el rifle hacia el lago (cazar era algo que le traía calma. Tener los sentidos alerta y contener la paciencia era para él una especie de terapia. En su última visita al terapeuta, le recomendaron encontrarse en una actividad que le demande concentración y disciplina. Para ese día llevaba seis meses sin alcohol ni drogas dentro de organismo después de “recaer” por última vez).
Escuchó el sonido de hojas secas quebrándose. Una gota de sudor resbalaba por detrás de su oreja cuando un venado apareció en la mira. Apuntó a la cabeza pero, justo antes de presionar el gatillo, escuchó un disparo. De entre unos árboles, a su frente, un hombre apareció para levantar al animal que flotaba en la orilla de las verdosas aguas. Mientras veía eso, una de sus manos comenzó temblar y sin que pudiera evitarlo, le rechinaban los dientes.
Cuánta tierra cabe en un pedacito
Podría decirse que soy nada o casi nada en comparación del universo. Si acaso un punto. No entiendo entonces por qué cabe en mí tanta maldad y temor a la vez. Lo que sí sé es todo lo que he hecho; motivos por los que vienen por mí. Y mientras los espero, he decidido hacer mi propia tumba en este sitio. Llevo varios días cavando y aún no se ve profundo.